En
los tiempos de estudiante en la Escuela de Arquitectura de Valencia, durante
los ratos de almuerzos y parloteo, siempre había algún compañero progre que de
vez en cuando sacaba a colación la palabra mágica del “constructivismo ruso”.
Los que no estábamos tan versados en esta cuestión callábamos y, con aire de asombro, nos anotábamos en un papelito que había que revisar que era exactamente eso.
Porque,
en nuestra ignorancia y según las clases que recibíamos de Historia de la
Arquitectura nunca pasábamos de la civilización egipcia. Lo digo en serio y
literalmente, pues teníamos por entonces un viejo y amable profesor, laureado y respetado, pero anclado en las arquitecturas neolíticas por
lo que, durante el curso, a la altura de los meses de Mayo o Junio solo alcanzábamos a vislumbrar, y de lejos, la arquitectura
de los egipcios o los romanos. Suerte que luego vinieron otros profesores más
jóvenes que nos
acercaron a los tiempos modernos.
Por
ello, cuando aún hoy escucho la frase de “constructivismo ruso”, uno siente añoranza de los tiempos pasados y de aquellos épicos días estudiantiles.