" Decía Mies van der Rohe que era más difícil diseñar una silla que un rascacielos. No puedo dar fe de ello porque no he hecho un rascacielos: pero puedo asegurar que diseñar una silla es una penosa labor."
Alejandro de la Sota
En nuestra Escuela de Arquitectura se incidía en que el secreto de la obra redonda y perfecta residía en cuidar y resolver bien todos sus detalles. Y aunque el matiz, ciertamente, parecía de Perogrullo el mensaje calaba al instante y nos empujaba a estos menesteres. Por ello, con celo y mimo, estudiábamos, analizábamos y hasta diseccionábamos las uniones y las juntas de los materiales, el giro del pasamanos en la mesetas de las escaleras, la inclinación del alambor en las terrazas catalanas (¡que antiguos que eramos!) y toda solución constructiva que se presentara por muy mínima y banal que pareciera. Todo detalle tenia su corazoncito y como tal había que tratarlo.
Por último, y ya puestos en faena, era cuestión comúnmente aceptada que la felicidad total se alcanzaba si se podía completar todo el proceso y diseñar, al tiempo, el propio mobiliario y los demás accesorios del edificio.